martes, 30 de noviembre de 2010

El tratado aristotélico De Anima (Sobre el alma)

Podría decirse que dentro del sistema aristotélico el alma es la que posibilita la definición de los seres vivos y la que nos proporciona la esencia de este tipo de seres, y que el alma se define como la forma (eîdos) y la entelequia de un cuerpo que, en potencia, tiene vida (II, 1, 412a 19-31). La forma (eîdos) nos da cuenta de las funciones de ese ser, en nuestro caso de las funciones nucleares de los organismos vivos, y es también la causa inmanente y final por la cual esa entidad es así y no de otro modo. Por otra parte, la definición del alma ha de hacerse a través de las distintas facultades del alma (nutritiva, sensitiva, desiderativa, motora y discursiva).

En su tratado sobre el alma, De Anima, Aristóteles trata de establecer un criterio de demarcación entre los organismos vivos y los seres inertes. En ese contexto, el alma es entendida como animus, como aquello que anima al organismo y lo dota de vida, aunque no necesariamente de movimiento, puesto que los vegetales tienen alma nutritiva pero carecen de alma motriz.

La cuestión de la definición esencial de los organismos vivientes y de su diferencia del resto de los seres sigue siendo un asunto de naturaleza filosófica que, en el presente, pasa por los problemas de demarcación entre Física y Biología, y por el estudio de las relaciones entres esas dos ciencias.

En Aristóteles, el alma es la esencia y la forma de los cuerpos que tienen vida y dota a esos cuerpos de una finalidad inmanente. El alma, además, tiene variedades de acuerdo con sus funciones o facultades y, al final, esas funciones son las que nos permiten entender mejor su esencia y las que, a la vez, nos conducen a una clasificación interna de los organismos vivos.

Se puede afirmar que, en el presente, se continúa caracterizando a los organismos vivos más básicos por las funciones de la nutrición y la reproducción, y se sigue reconociendo el carácter teleológico de esos procesos, pues se puede considerar que están ordenados a un fin inmanente: el metabolismo y la conservación celular, en la nutrición, y la formación de un organismo nuevo de la especie, en la reproducción. También, en el presente, a pesar de todos los indudables avances de la Biología científica, siguen sin conocerse bien las causas que, desde dentro del propio sistema vivo, conducen a la rotura del equilibrio del sistema y a su descomposición en partes inertes que se separan. La idea metafísica según la cual, cuando el organismo se muere, «se separa el alma» es probable que tenga su fundamento en el desconocimiento de este proceso. La idea de que el alma puede existir separada del cuerpo puede tener aquí su punto de apoyo práctico.

Aristóteles habló de un entendimiento inmortal, un rasgo de su filosofía que suele considerarse platónico, pero no está claro que defendiera la existencia de almas individuales distributivas, personales, separadas e inmortales. Esas almas inmortales, entendidas como formas separadas, son un concepto límite de carácter especulativo. Las proporciones utilizadas por Aristóteles para «explicar» las relaciones entre el alma y el cuerpo son bien conocidas: el arte utiliza sus instrumentos como el alma utiliza el cuerpo; la visión es al ojo como el alma es al cuerpo (De anima, I,3, 407b 25-27), de modo que el alma, frente a la vida, es potencia.

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