martes, 30 de noviembre de 2010

¿La ciencia ha jubilado a la Filosofía como un saber inútil?

La filosofía siempre ha parecido una actividad extravagante. Algunos miembros del gremio de los pensadores, amasaban su ocio para producir frutos tan sonoros como "todo es agua" o "todo es aire". Podríamos ejercitar exhaustivamente una combinatoria de Ideas y recorrer todas las posibilidades de este juego caprichoso: todo lo que existe es una mezcla de agua, tierra, fuego y aire, que se agregan y separan según el ritmo dictado por el predominio alternativo del odio y del amor. O bien: todo lo real es una mezcla de partículas de infinitas cualidades diferentes; según la proporción en que ingresan en cada cosa, tendrá ésta una u otra de las propiedades perceptibles para nosotros; así que todo está en todo y viceversa.

Frases así u otras parecidas han formado parte de la tradición filosófica. Pero, ¿no quedan ridiculizadas ante los descubrimientos de las ciencias contemporáneas? Primero, la Química de Mendeleiev mandó al baúl de los recuerdos pudendos la doctrina de los cuatro elementos, sustituidos por su compleja tabla periódica. Después, la Física fragmentó los átomos de los elementos en electrones, protones y neutrones; y aún estos últimos fueron divididos en quarks y gluones. Ya no se habla de amor y odio sino de las fuerzas gravitatoria, electromagnética, nucleares débil y fuerte, con sus constantes numéricas asociadas y su expresión matemática en ecuaciones sin ambigüedad alguna.

Otros ejemplos de teorías filosóficas amenazadas por el desarrollo de las ciencias resultan más inquietantes, ya que desbordan el ámbito estrecho de la filosofía académica (muchos dirán: "si ésta pereciese, ¿a quién le importaría?) para remover nuestras intuiciones morales y jurídicas más básicas. En efecto, nuestro sistema judicial hace recaer la punibilidad de los actos en la intencionalidad libre que los causa, lo cual presupone una distinción, de tipo kantiano, entre voluntad empírica (empujada por apetitos hacia los objetos) y voluntad moral (obligada por Razones). ¿Qué quedaría de esta distinción si los avances de las neurociencias y el desvelamiento de los misterios del cerebro permitiesen un control estricto a distancia (mediante implantes de electrodos) de todos los aspectos de nuestra conducta?

Parecería, pues, que la filosofía perteneciese a una etapa primitiva del espíritu humano, en la que aún no hubiese logrado su madurez positivista y científica, consistente en renunciar a todo intento de traspasar los fenómenos constatables y sus correlaciones matemáticas en dirección a supuestas esencias ocultas, materia de delirios arbitrarios y sin control racional.

Pero nosotros defenderíamos una tesis muy distinta sobre las relaciones entre la filosofía y las ciencias, no reductibles a la sustitución de un "saber" precario y balbuciente por otro maduro y sólido. Sin poder entrar ahora en detalles, mencionaremos sólo un pequeño ejemplo, relativo a la conexión entre las nociones de Tiempo de la Física contemporánea y de Eternidad de la Filosofía medieval.

El filósofo cristiano Boecio contrasta así tiempo y eternidad: el presente humano, como si corriese, genera el tiempo; el presente divino, que sigue siendo el mismo y no cambia, crea la eternidad. Esta es definida con una célebre fórmula: "posesión total, perfecta y simultánea de una vida interminable", es decir, una vida cuyos momentos están todos co-presentes ante la conciencia que la vive. Aquí resuenan ideas de Platón y San Agustín, y también la noción aristotélica de "energeia", actividad ilimitada que es su propio fin y carece de objetivo exterior, de modo que no permite distinguir si se actúa o se ha actuado, porque ambas cosas son la misma.

Pues bien, esta Idea de eternidad presenta una analogía objetiva con la noción de Tiempo en la Física relativista de Einstein, probándose así que la Ideas filosóficas y los conceptos científicos pueden anclarse en las mismas regiones reales constitutivas del Mundo, y que el avance científico, lejos de abolir y disolver las Ideas, las concreta y les confiere máxima legitimidad cognoscitiva, sin agotarlas, ya que se realizan en otros contextos más amplios (por ejemplo, no sólo el mundo físico de las criaturas perecederas, sino el reino lógico-abstracto de los pensamientos divinos -las verdades de razón de Leibniz- o el ámbito de las funciones trascendentales del Sujeto de Kant) donde involucran otros problemas que no podemos tratar aquí.

Según el matemático Hermann Weyl, el significado de la teoría de Einstein consiste en negar toda realidad al curso temporal. El Mundo objetivo es, no acaece, no pasa, nosotros le obligamos a pasar, precisamente al atravesarlo en nuestra trayectoria de observación y descubrimiento, poco a poco, de esa realidad atemporal ya completamente desplegada en sí misma. El pasado, presente y futuro estarían ya ahí de antemano, desde siempre, unidos, indistintos y simultáneos, en un todo fijo, estático, sin dinámica interna, como un paisaje o configuración geométrica sin historia, cuyas partes no se suceden sino que pertenecen todas a la vez al conjunto (como los puntos de una curva tienen coordenadas que satisfacen a la vez su ecuación algebraica).

El tiempo sería una ilusión psicológica, generada por el funcionamiento de nuestro cerebro, que gestiona la información recibida y acumulada en la memoria,estableciendo no sólo un flujo sino también un orden asimétrico e irreversible entre los datos sucesivos: a esto se le llama la "flecha del tiempo", un sentido único que va desde el futuro hacia el pasado. La Física fundamental podría definir una causalidad atemporal que explicaría y reduciría a simples apariencias el flujo y la flecha temporales, satisfaciendo así la ambición última de Einstein: un formalismo geométrico total para la Teoría.

Terminamos, por el momento,estas reflexiones invitando a los lectores/as a consultar el siguiente vídeo, donde aparece Gustavo Bueno, disertando sobre la utilidad actual de la Filosofía. Este infatigable filósofo lleva más de cincuenta años empeñado en combatir (entre otros fundamentalismos)la arrogante pretensión de las ciencias de monopolizar, sin dejar residuo alguno, todo el conocimiento racional. A algunos no les parecerá divertido, ya que no canta ni baila ni hace nada espectacular. Pero, si se escucha con atención, podrá percibirse la música propia del Logos filosófico, esa que, una vez disfrutada, ya nunca se olvida ni se desprecia.








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